sábado, 31 de mayo de 2008

XVIII

A Bolívar hombre



Por fortuna no pierdes tanto tiempo
En carnaval en comparsa:
Esos juegos no son para inmortales…
Lees
Mientras los demás sólo saben divertirse.

Luego viene el matrimonio.
Inútiles bailes
Efímeras sonrisas…
¡Oh la Vida y sus puñales!
En poco tiempo la amada
Parte sin más
Al País del No Retorno.

No faltan los amigos, pero tampoco
Las falsas condolencias
Los gestos hipócritas.
¿Qué harás, viudo prematuro?
¿Cumplirás tu promesa?

Llegan los años de campaña. Eres joven y ambicioso. ¿Sientes envidia de Miranda? ¿Traición? Sólo tú lo sabes, Simón. Sólo tú puedes arrepentirte desde donde estés, mientras al noble prócer lo encadenan, mientras vuestro ejército se desperdiga y huye.

Demasiado ingenuo.
¿Por qué no aprendiste, Simón,
A distinguir a los aduladores?
¿Por qué no apartaste a los cuervos
Habiendo tantos búhos en tu América?

Fogoso, apasionado.
Cartas, libros, mujeres
Desfilan por tu tienda de campaña.
Un poco más de disciplina, Simón,
No habría permitido que almas viles
Usaran contra ti y contra América
Comentarios malintencionados.

Y en la cúspide faltó organización, faltó humildad, faltó concordia.
Ay de ti, Libertador,
¿No supiste o no pudiste?

Demasiado tarde has visto
La pérfida garra que creías mano amiga.
Los colegas se han vuelto buitres.
Ruines y egoístas los supuestos caballeros.

Pero no, Simón, no era
Solución el camino que escogiste.

Ya te veo, desencantado. Se suceden arengas, lágrimas, frustraciones. La Idea cada día más lejana.

La batalla de los discursos más difícil que la de los sables.

Y si alguna vez sentiste envidia,
Multiplícala por cien y hallarás lo que sienten
Los que planean contra ti atentados,
Los que eliminan a tus partidarios,
Los que te persiguen te calumnian...
A esos abominables no los nombro,
Y ojalá la Historia opaque su brillo
Conseguido a despecho de la Unión.

Ahora cabalgas solo, ocultándote, huyendo. Ocasionales aliados te ofrecen posada. Por doquier un espía, un asesino, una turba de ignorantes demostrando su bajeza.

¡Pobre hombre! Fuiste generoso y te devuelven injurias. Perdonaste, muchas veces perdonaste, pero ellos no perdonan ni siquiera a tus amigos: Sucre, el entrañable, cae asesinado en Berruecos.

Y tú, desterrado de la tierra por la que tanto trabajaste.

Ay de ti, Libertador.
Con ingratitud se paga el sacrificio.

Ahora lo sabes, cansado y enfermo, sin más posesión que tus recuerdos. "Hemos arado el mar", te lamentas, tísico y abandonado de tus propios hijos, de tu propia América...

Pero vibra en ti la esperanza, aún vive en ti el idealista: "Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro". Un puñado de íntimos te escucha. Tu pequeño y frágil cuerpo de hombre, debilitado por mil tormentos, es ahora una masa inmóvil.

David Alberto Campos V, Plenitud, 2008

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